jueves, 24 de febrero de 2011

Monstruo

Eres un monstruo. No intentes negarlo o disimularlo con hipócritas miradas de bondad. Lo sé. Ayer te vi matando y sonriendo. Sonreías con la energía de la vida que has arrebatado, por tu boca chorreaba la sangre que ya nunca más volverá a ser algo. Pero no te arrepentiste. No te arrepentiste incluso después de ver su profundo dolor, o precisamente por eso. Y esa misma noche dormiste sin pesadillas, sin pensar que por tu culpa habría una persona más sin sueños. Pero no pensaste en él, ¿verdad? Ni en todas las vidas que arrebatas por crueldad. No eres más que un monstruo con complejo de inferioridad. Y cada día te relames en tu trono de oro mientras tu gente, personas incluso de tu misma sangre, mueren de hambre. También eres tú quien les mata. Pero tampoco te dan pena ¿me equivoco?
No piensas en el sufrimiento, en la agonía, porque nunca la has padecido, es más, eres el que ha hecho que otros la padezcan. Eso te encanta ¿no es cierto? Al principio, su sorpresa, su mirada de súplica, el cómo se arrodillan pidiendo piedad, las lágrimas desbordadas de sus implorantes ojos, el cómo se aferran a la vida. Y, cuando tú les niegas ese privilegio de vivir la decepción, la desesperación, la agonía, el dolor. Gritan creyendo que podrán salir de esta, y tú mientras sonríes jugando a ser Dios, disfrutas con el sufrimiento de aquellos a los que vedaste de un nuevo amanecer. Te encanta sentirte poderoso sobre el cuerpo muerto. No sabes que ya no hay nada bueno en ti, que nadie te quiere, nadie te admira, todos te odian y que no podrás suplir tu infelicidad con esas muertes, aunque lo parezca. Estás condenado, o tú mismo te condenaste. Ya no eres más que mierda. Cruel, egoísta, pero mierda al fin y al cabo. Y en el fondo lo sabes. Ahora solo falta alguien que sea capaz de eliminar a monstruos como tú que se esconden bajo las camas de gente como yo.

El niño y la Luna

Sentía pena por la luna. Tan sola, suspendida en el infinito…La compadecía. Él tenía compañía, tenía casa. No conocía nada más. Trabajaba de sol a sol pese a ser un niño. Pero nunca se compadecía porque pensaba en la luna, tímida,
insignificante comparada con el sol. Y sus dolores menores. Después de trabajar
entraba a su casa. Su padre, borracho, le recibía con una paliza haciéndole pagar por su mal día. Pero no lloraba el niño desgraciado, pues su pena no era comparable con la de la Luna. Cada noche la buscaba en su ventana, y le hablaba para sacarla de su soledad. A veces la Luna se ponía tan triste que desaparecía. Entonces el niño lloraba de pena por la Luna, tan pequeña. Al cabo de los años el pequeño desgraciado se hizo el mejor amigo de la Luna, y todas las noches se contaban sus desventuras, sus ausencias. Una noche se escapó el niño para jugar con su amiga. La vio en el agua y estiró la mano para rozar a su desgraciada amiga. Perdió el equilibrio y cayó. No le habían enseñado a nadar. Y así, el pequeño solitario permaneció siempre junto a su amiga suspendido de lo infinito.