lunes, 20 de junio de 2011

No voy a cantar al florecer de la primavera. No voy a cantar al fuego de tus ojos, no mentiré diciendo que podría morirme de amor. Me cansé de ser rosa y fui simplemente cactus, me cansé de ser cristal, ahora soy toda de acero. Frío. Hielo. Me cansé de admirar el mar y me hundí en su abrazo, me cansé de ser marioneta y corté mis hilos; ahora caigo. No intentes conocerme, atraparme, saber quién soy, el
transparente vidrio se ha vuelto ahora espejo. No soy delicada, puedo ser también fuego. No soy bella, ni lo pretendo, pienso, no soy un simple objeto. No cantaré a lo caprichoso del amor, a lo inevitable del destino, lo inexorable de la muerte. No exaltaré tu persona hasta idolatrarte como a un dios. Somos más que esta estúpida superficialidad. Pero no se lo digas a nadie, es un secreto, aunque, ¿quién se quedará hasta llegar a lo profundo, hasta conocerlo?

Eco, humo, sombras, silencio.

sábado, 4 de junio de 2011

Sed de infinito

Quiero abarcarlo todo, ser todo. Quiero rozar la luna que el telescopio me ofrece. Lenta, muy lentamente. Y luego contemplar el universo como ser insignificante que soy. Y que esa imagen se quede prendida en mi retina, nunca más ver dolor. Solo esa majestuosa belleza que el hombre no ha sido capaz de destruir aún, esos reflejos de hace millones de años de algo que puede que ya no exista. Quiero ser náufraga en ese mundo en el que el tiempo no existe, en el que la muerte no es más que una bonita explosión. Quiero perderme en las estrellas, y que la Luna guarde mi secreto. Quiero decirle al mundo: me cansé, me voy. No os molestéis en buscarme porque estaré a millones de años. Como ahora, pero también físicamente. Y allá
perdida en el universo sentirme completamente viva. Y que nadie pueda encontrarme. Beber de esa belleza, de esa inmensidad que me aturdiría. Olvidar todo cuanto sé de la Tierra y su horror. Cambiarlo por ese paisaje en el que todo parece funcionar, coexistir. Contemplar las nebulosas hasta ser capaz de cerrar los ojos y formar parte de ellas. Explorar las galaxias que todavía desconocemos, perderme, ser feliz en ese aparente infinito atemporal en el que no hay preocupaciones ni dolor. Observar las estrellas cada día. Desearlo tanto que, al final, pueda ser una de ellas. Más despacio. Eso es- Ahora ya soy una estrella, tendrás que esperar millones de años para verme. ¿O prefieres ascender conmigo a este infinito?

Polvo de estrella

Se cansó de la pena, del dolor, de lo humano, y de la vida, y fue por eso por lo que se aferró a la ventana. Cada tarde, al pasar por delante de su casa, descubro su mirada perdida dirigida a un horizonte infinito. Y me invento su historia. Tiene que haber vivido mucho para abandonar lo terrenal y encaramarse a lo etéreo de lo místico. Siempre que la veo, mira el cielo. La imagino por la mañana, casi de madrugada, esperando ver ese amanecer; el cielo se tiñe por un instante de rojo y una bola de fuego aparece en su vida. Lo único cálido, lo único que puede asemejarse a su pasión probablemente ya enterrada y putrefacta. Y cuando sale el sol, cómo se ilumina todo, amanecen las calles y reina ese silencio que no tardará en ser destrozado por la actividad del día. Pero en ese momento, en el que el sol naranja es dueño del cielo y no existe nada más, hay color en su vida, ya es algo más que su mirada vacía, es un amanecer común a lo largo de todos sus años; cambian las personas, cambian las casas, los sentimientos, las calles, cambia la ciudad, cambian las costumbres, pero el amanecer es siempre el mismo. Me la imagino más tarde con su bata levantándose de la mecedora y yendo a por un café. Y su regreso a


un cielo que aún conserva el rosa del amanecer. No como ella. No se arregla, para qué, lo único que hace es intentar comprender el mundo a través de una ventana. Y no la culpo, su vida estará llena de golpes, su cuerpo, de cicatrices. Más tarde, después de todo el ajetreo y los coches yendo a trabajar, el cielo se vuelve de azul límpido, tan puro que parece imposible que exista. Y una mano dibuja unas nubes sobre una línea que hace que parezca que el cielo es eterno, pero es todo una ilusión, el cielo se acaba, y también la tierra. Todo tiene un final, pero nos empeñamos en creer en las ilusiones, por eso yo vivo cada día, por eso ella ha decidido dejar de soñar, y ver el mundo desde otra perspectiva. Cuando anochece, y el mundo se retira a su casa, sólo queda el silencio, y, si no está muy contaminado, un cielo que va oscureciéndose y que se tiñe de un azul profundo, lo que merecen los reflejos de estrellas que ya no existen. También nosotros nos teñimos. Al fin y al cabo, no somos tan distintos al cielo, a ese cielo cuando es rojo, cuando es azul y te hace creerlo infinito, y cuando es profundo y brillan sobre él cientos de estrellas. La verdad es que estamos hechos de polvo de estrella. Todos somos trozos de cielo, ella lo ha descubierto, y ha decidido pasarse lo que le queda de vida admirando el cielo desde su ventana, pero no es el cielo lo que mira, sino la película, la historia, de su vida.