lunes, 2 de septiembre de 2013

Ayer, al subir al desván, pasé por delante de un espejo y, sin poder evitarlo, me miré. No reconocía ese estúpido reflejo. Pensé que sería la luz, o el polvo, pero no. Vi a una mujer encanecida, de mirada triste, arrugas profundas, hombros caídos y zapatos gastados. Supe que ésa no era yo. Al bajar, los peldaños crujieron. Pese al calor de otoño, temblaba de frío, así que cogí una manta, un libro y un cigarrillo y olvidé mis fantasmas. Al poco tiempo reparé en cómo se consumía el cigarrillo que había dejado olvidado sobre el cenicero y, con un gesto brusco, lo apagué. Fue entonces cuando decidí ir en busca del asesino. Lo encontré bajo las hojas secas y rotas sobre la calle, junto a un anciano que estaba en un lado de un banco, apoyando su mano en un viejo bastón y mirando hacia el otro lado del banco, vacío. Lo vi en sus canas y en el polvo del camino, lo vi en las ruinas, pero no pude atraparlo. Agotada me senté y descubrí lo poco que quedaba de mis zapatos, y vi mis manos recorridas por surcos. Y supe que también estaba allí. Y tanto lo contenía que lo atrapé. Fui capaz de estar frente a él. Y lo vencí. Poco a poco, para que experimentase la milésima parte de lo que yo sufrí, le fui clavando un cuchillo. Sentí una gran liberación y caí de puro éxtasis. Solo al ver mi sangre sobre la noche lo entendí todo. Me convertí en la ceniza que pasó a formar parte de un reloj de arena.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Soy tu pecho roto y tu mirada perdida. Soy aquellas cosas que perdiste, y tu cordón desatado. Soy tus gafas empañadas y el estrés de tus zapatos. Soy tus lágrimas dulces y tu sonrisa distraída. Soy tus pensamientos oscuros y el humo de tu ira. Soy tus manos dulces y tus surcos crueles. Soy tu piedad y tu odio. Tus sueños y tus venganzas. Hasta que me descubres y yo me doy cuenta de que envidias a todos esos fantasmas. Te armas de valor y me echas. Ahora sólo soy un eco tras tu puerta.

jueves, 2 de mayo de 2013

Eras luz.

Eras luz. Hasta que te pusieron esa piedra en la mano y te obligaron a romper el cristal. Eras luz. Hasta que aquellos columpios se llenaron de polvo y su vaivén olvidó que eras sólo un niño. Eras luz. Hasta que viste aquella botella de vodka rota sobre el suelo. Eras luz. Hasta que en tu casa sólo escuchabas hablar de aquella crisis. Eras luz. Hasta que viste a tu madre rota llorando en aquella esquina. Eras luz. Hasta que tu madre te descubrió mirándola y en la escarcha de sus ojos te dijo que todo iría bien. Eras luz. Hasta que entendiste que te había mentido. Eras luz. Hasta que comprendiste qué era eso del dinero. Eras luz. Hasta que los parques quedaron vacíos y en el tobogán sólo quedó un eco. En esta oscuridad, a veces se encienden luces frágiles. Cuando suspiramos, parpadean y se apagan. Tú no suspires, pues aún guardas tinieblas en tus ojos.