martes, 29 de marzo de 2011

Tu canción

Fue entonces, cuando entonaste esa canción, cuando supe quién era, dónde debía estar. Fue entonces cuando vi el mundo desde la perspectiva de un Dios. Cerré los ojos y pude ver el horror del mundo. Vi su muerte, y vi su soledad. Ésta me atrapó el alma, la envolvió con un abrazo del que no supo escapar. Me apretaba. Dolía. La sensación de vacío es tan dolorosa…Vi el rostro de la muerte, pero escapé. Tú me hiciste verlo y fuiste tú quien me ayudó a no dejarme llevar por el miedo. Pero no es miedo. Es temor. Cuando ves los ojos de la muerte deseas morir para no tener que seguir enfrentándote a ellos. Cuando tus notas me elevaron hacia esa muerte,
cuando mi corazón aún luchaba contra esa soledad, desee dejar de existir. Nunca se olvida el rostro de la muerte, impasible. Frío. Pero tu misma canción me separó de ella hasta aún no sé cuánto tiempo. Me salvaste. Tus notas me llevan ahora a la tristeza. Un sentimiento tan antiguo como el mundo. Observé las lágrimas de las personas y lloré su dolor, su desesperación. La tristeza se juntó con la soledad y mis piernas temblaron, débiles. Aún sentía la vigilante mirada de mi verdugo. Pero ahora tu música cambia. Ya no es desesperada, sino tranquila. Pude ver la belleza del mundo a través de mis ojos empañados de soledad y muerte. Después vino la alegría y el amor. Reí con la risa de millones de personas y amé a gente que nunca conoceré. Pero fue demasiado efímero. Experimenté la alegría sí, pero para entonces mi alma ya estaba nublada por la muerte. No pude escapar.

lunes, 14 de marzo de 2011

Entonces te miré y supe que ibas a matarme. Que no tendría una muerte digna, unas últimas palabras, un adiós. Supe que desebas matarme, que disfrutarías haciéndolo y que no habría un futuro arrepentimiento. Supe también que no me defendería y sentí pena por ti. Difícil de comprender, me ibas a matar y yo te tenía lástima. Pero no pude evitarlo. No lo hice incluso cuando vi tus intenciones, tu mirada, tu mano con el arma. Seguía sintiendo lástima cuando clavaste lenta, dolorosamente tu cuchillo en mi cuerpo. Pero no hubo dolor, solo tristeza. Ganaste una vez más la batalla.
Esta vez la paloma no se equivocó, tú la asesinaste.