viernes, 30 de diciembre de 2011

Apaga la luz. Así no veré lo que creo que eres, lo que crees que eres, lo que pareces ser. Bien, ahora me desnudo, no sé si tú habrás hecho lo mismo. Desnúdate. La oscuridad me protege y puedo mostrarme ante ti como soy, o no, puesto que no me ves.
Es más fácil ser valiente, dejar caer tu máscara, cuando sabes que el otro no puede verte. Quizá por eso no soy sino cobarde. Por eso quiero estar a oscuras, para poder verte como eres en realidad. Aunque tú mismo lo desconozcas.

martes, 13 de septiembre de 2011

Te asomas al abismo. Sabes que es muy complicado, casi imposible, que salgas ilesa. Sabes que es muy posible que no vueles. Pero, ¿y si puedes? La gente te descubre y grita desesperada intentando que entres en razón (para ellos entrar en razón significa mantenerte con los pies el la tierra). Por favor, no lo hagas, te harás daño. Te vas a caer, te vas a caer, te vas a caer. No entienden que cada vez que dicen esa frase te impulsan más hacia al vacío, que con cada intento de Te asomas al abismo. Sabes que es muy complicado, casi imposible, que salgas ilesa. Sabes que es muy posible que no vueles. Pero, ¿y si puedes? La gente te descubre y grita desesperada intentando que entres en razón (para ellos entrar en razón
significa mantenerte con los pies el la tierra). Por favor, no lo hagas, te harás daño. Te vas a caer, te vas a caer, te vas a caer. No entienden que cada vez que dicen esa frase te impulsan más hacia al vacío, que con cada intento de mantenerte a salvo te empujan más hacia el precipicio. Por favor, no lo hagas. Y saltas. Y extiendes los brazos, y sientes la ingravidez y descubres que es la felicidad… Y caes. Y tu cuerpo se estampa contra el suelo. Efectivamente, has caído. Efectivamente, te has hecho daño. Pero, a pesar del dolor, todavía queda algo de esa felicidad que sentiste en las alturas, esa felicidad que ellos no han sentido ni sentirán al mantenerse siempre con los pies en suelo firme. Feliz porque ha sido tu decisión.
Ellos no comprenden que tienes derecho a equivocarte.
mantenerte a salvo te empujan más hacia el precipicio. Por favor, no lo hagas. Y saltas. Y extiendes los brazos, y sientes la ingravidez y descubres que es la felicidad… Y caes. Y tu cuerpo se estampa contra el suelo. Efectivamente, has caído. Efectivamente, te has hecho daño. Pero, a pesar del dolor, todavía queda algo de esa felicidad que sentiste en las alturas, esa felicidad que ellos no han sentido ni sentirán al mantenerse siempre con los pies en suelo firme. Feliz porque ha sido tu decisión.
Ellos no comprenden que tienes derecho a equivocarte.

Infierno

Estoy desnuda en un lugar extraño. Tiemblo descontroladamente, este sitio está helado. Ando sobre el hielo y, al fijarme, descubro que mi horizonte no es más que un desierto congelado. El frío me duele, y sé que mire donde mire todo será igual, todo está muerto en este limbo gris. Aún así, y a pesar del dolor y de saber que no habrá salvación, corro desesperada buscando algo, creo que incluso yo misma ignoro qué es. Algo, quizá alguien, que me dé esperanzas, que me haga creer que podré escapar de aquí.
Estoy desnuda, y también herida. No fui consciente hasta que me detuve y, al mirar hacia atrás, descubrí que había marcado el camino con mi sangre.
Ya sé quienes fueron. Son los culpables de que esté aquí, en este paraje inhóspito, digno de tu peor pesadilla. Esta vez no es un inframundo, no hay llamas eternas ni
torturas perpetuas.
Es peor; es estar solo y herido en medio de una frialdad lacerante; de un frío que quema. Nunca sospeché que ellos pudieran hacerme esto. Me creí invencible. Me equivoqué. Como tantas otras veces. Llegaron de forma inevitable, como un huracán que me lanzó por los aires, me sacudió y jugó conmigo hasta enterrarme en mí misma. Yo, es la prisión de la que nunca conseguiré escapar.
Después me condujeron a este lugar, pero no hay demonios ni fuego que puedan recordarme qué es el calor. Esto es una tortura; encontrarme sola y en este lugar tan liso que tengo la certeza de que no podré aferrarme a nada.
Estoy ardiendo.
Mientras todo sigue inalterable, todo igual de muerto, yo soy fuego.
Supongo que yo tengo parte de culpa, por no pararlo todo; me fui introduciendo en el mar y los tiburones me arrastraron a las profundidades. Pero fui yo quien se acercó a ellos.
No supe pararlo a tiempo y ahora lo pago.
Desnuda, sin rumbo, permanezco vagando.
Tengo la esperanza de que, con el tiempo, esto se derrita.
Si no acaba antes conmigo...
Grito, sollozo, suplico, ardo en palabras de rencor y dolor, golpeo, me desgañito; pero ni siquiera el eco me responde. Vacío.
Caigo cual marioneta a la que le cortaron los hilos.
Maldita soledad, estúpido miedo.

Esto, es el infierno.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Supe que mentías. Lo supe desde el primer momento, pero nunca te dije nada. Quería mantener tu ilusión; tus ojos, sin pretenderlo, me suplicaban silencio mientras tus labios mentían. Te dejé mentir, tal vez acabarías por creértelo. Tal vez yo
acabaría por creérmelo. Los humanos lo necesitamos. Mentir, creer nuestra mentira, modificar la realidad, vivir en la realidad modificada. Estúpido instinto de supervivencia. Sentimos, por ello evitamos el dolor, por ello nos obcecamos en llevar máscara, venda, en vivir en las sombras. Por ello, cuando me mentiste, no dije nada, con la absurda esperanza de que tus palabras pudieran hacerse realidad. Sé que es una fantasía, una mera ilusión, pero nadie puede acusarme. Todos somos iguales. La verdad es dolor. No estamos hechos para sufrir. Por eso mentimos, esperamos que el otro se lo crea, quizá al decirlo, al convertirlo en palabras, se haga tangible y se haga cierto. Es triste, pero verdad. Huimos del dolor. Por eso, cuando me mentiste, no dije nada.

Al fin y al cabo, todos vivimos en la sombra.

viernes, 19 de agosto de 2011

Dioses

Ella creía en la tierra. Era ella quien le proporcionaba alimento, lugares calientes donde dormir, protección, compañía. Siempre, cuando se dormía en su cueva y escuchaba los aullidos de los lobos daba las gracias a aquella madre tierra que la protegía y acunaba, que le había dado la vida.
Él creía en el poder del agua. Había nacido junto a una cascada y esa imagen lo acompañaba desde niño. Era por el agua por la que podían saciar su sed, era ella quien hacia que las plantas pudieran crecer, que los animales se alimentaran de las plantas y él de los animales. El agua era pureza. Su sueño estaba siempre acompañado por ese constante caer de agua y, cuando llovía, daba gracias al agua por protegerle, por purificarle.
Él creía en el Sol. Era él quien le recibía cada mañana, quien le proporcionaba calor y luz. Cuando él desaparecía su tierra se volvía peligrosa e inhóspita. Gracias al sol crecían las plantas que le servían de alimento y gracias al sol podía contemplar la belleza del mundo, resguardarse del frío. Siempre, cuando tumbado en la hierba cerraba los ojos y se dejaba abandonar por su calor y luz, sonreía y daba gracias a aquél astro por y para el cual vivía.
Un día, los tres se encontraron. Ella andaba descalza por la tierra, aquél se estaba bañando en el agua y él estaba sobre una piedra, tomando el sol.
Se pusieron a hablar y pasaron tres días y tres noches contándose sus sueños, sus temores y sus pasiones. Congeniaron. Pero, al cuarto día, la burbuja estalló.
Ella sacó el tema de que era a la tierra a la que debían todo, y los otros dos discreparon. Empezaron hablando, pasaron a los gritos y luego comenzó la pelea.
Cada uno quería demostrar el poder de su dios.
Pasaron días luchando, por la noche había tregua. Ella consiguió hacer caer al creyente del agua en su trampa. Le enterró vivo para demostrar el poder de la tierra. El que creía en el Sol la dejó atada a unos árboles deshidratándose, para que contemplase el poder del Sol. Y éste, finalmente tras contemplar a aquella que había osado contradecir su fe cayó en un descuido al agua donde murió ahogado.

Y así, mudos testigos, sus dioses no les salvaron.

domingo, 24 de julio de 2011

Ese día fue genial. Primero jugó en su castillo, se encaramó en lo alto de la torre más alta y ni él sabe cuánto tiempo estuvo protegiendo a su pueblo contra el ataque de unos poderosos dragones. Venció, por supuesto. Después se montó en su nave espacial y llegó a Marte, donde descubrió a unos extraños seres. Una vez llegó a casa se montó en un pájaro alado y recorrió su ciudad por los aires. Cuando aterrizó, ganó una carrera de coches. La gente le aclamaba por todos sus logros. Tras la carrera de coches bajó a lo profundo de una cueva, más profundo de lo que jamás nadie había llegado y se echó una siesta. Una vez hubo subido, encontró el tesoro que un viejo pirata había escondido y nadie había logrado encontrar. Tras el tesoro se sumergió en el océano y nadó con los peces. Después cenó y se durmió en una hamaca del Caribe junto a su castillo, nave, pájaro alado, coche, cueva y tesoro.
Al despertar, nada de eso estaba.

-Mamá, ¿y la caja que cogí ayer?

-Ah, ¿eso era tuyo? Lo tiré ayer. Eh, pero no llores, no era más que una caja de cartón.

Tras ver el disgusto del niño la madre resolvió conseguirle una caja al día siguiente, pero ella no lo entendería, había perdido a su niña interior.

El niño siguió llorando, su madre no comprendía que en aquella caja guardaba todos sus sueños.
Nado a contracorriente. Me encanta sentir la frialdad de las olas, la sal pegada a mi cuerpo y el reto que supone seguir avanzando. Meto la cabeza y dejo a mi cuerpo fundirse co el agua. Ya no soy nada. Pero vuelvo a salir y continúo nadando hacia un destino incierto, sólo pretendo que el agua me golpee, me envuelva y me haga suya. Quiero que el agua borre por un momento mi existencia y mi huella. Y no significar nada. Poco a poco me canso. Sigo o sola en esta inmensidad, pero esta vez nadie me oirá. Sí, quise perderme, sí quise desaparecer. Pero aún no me he
perdido, aún sigo siendo yo, y aún conservo mis problemas y la razón. Cansada a mar abierto siento que el peso de un ancla intenta hundirme. No me rindo. Sigo intentando cruzar el mar, sé que si me dejo arrastrar no me perderé, sólo me ahogaré en mi discreta existencia. Lucho, braceo, parezco un pez fuera del agua, el ancla pesa demasiado y estoy exhausta. Cansada del mundo, del horror, cansada de mí. Siempre en medio, nunca demasiado o nunca insuficiente. Cansada de la gente. Cansada, a veces, de existir. Y de este ancla que se empeña en hundirme. No sé si llegaré a algún sitio, no sé si conseguiré por un momento perderme, sólo tengo la certeza de que, si me ahogo, nadie escuchará mi voz.

sábado, 16 de julio de 2011

Bailemos al son del vacío

Bailemos al son de este vacío. Mientras todo acaba. Bailemos al son de nuestro último atardecer. Acércate. Cierra los ojos mientras nos deslizamos a la profundidad. Bailemos hasta que olvidemos quiénes somos, hasta que no importe. Bailemos mientras todo se empeña en caer. No caeremos. Agárrame más fuerte. Tengo vértigo. Pero no miedo, no mientras sigamos así. Demos vueltas para que, al marearnos, veamos distinto el mundo. Ahora mírame. No puedo ver cómo todo se destruye tanto dolor no cabe en el mundo. Bailemos hasta que sólo veamos nuestros ojos, nuestra cara reflejada para sobrevivir. ¿Quieres saber el final del cuento? Lo siento, pero esta vez no habrá magia que nos salve, no tendré un vestido nuevo ni un disfraz. No tengas prisa, a las doce seguiré siendo yo. Como ahora. Sin máscaras, tú y yo bailando. Sólo nosotros. Nuestras respiraciones agitadas. Nuestras manos. ¿Nuestras? ¿Nosotros? Creo que ya somos una sola persona. Todo se derrumba. Me aferro más a ti como si fuera a salvarme. Pero el mundo está hecho de ilusión. Todo mera ficción. Pero no pares. No te asustes. No mires qué pasa. Sólo mírame, baila. Concéntrate en el siguiente paso. ¿Ya no sientes miedo¿ Bien, ya estoy demasiado cansada para que la tristeza del mundo me afecte. Bien. Sigamos con esta danza infinita. Bailemos al son del vacío. Hasta que todo acabe.

lunes, 20 de junio de 2011

No voy a cantar al florecer de la primavera. No voy a cantar al fuego de tus ojos, no mentiré diciendo que podría morirme de amor. Me cansé de ser rosa y fui simplemente cactus, me cansé de ser cristal, ahora soy toda de acero. Frío. Hielo. Me cansé de admirar el mar y me hundí en su abrazo, me cansé de ser marioneta y corté mis hilos; ahora caigo. No intentes conocerme, atraparme, saber quién soy, el
transparente vidrio se ha vuelto ahora espejo. No soy delicada, puedo ser también fuego. No soy bella, ni lo pretendo, pienso, no soy un simple objeto. No cantaré a lo caprichoso del amor, a lo inevitable del destino, lo inexorable de la muerte. No exaltaré tu persona hasta idolatrarte como a un dios. Somos más que esta estúpida superficialidad. Pero no se lo digas a nadie, es un secreto, aunque, ¿quién se quedará hasta llegar a lo profundo, hasta conocerlo?

Eco, humo, sombras, silencio.

sábado, 4 de junio de 2011

Sed de infinito

Quiero abarcarlo todo, ser todo. Quiero rozar la luna que el telescopio me ofrece. Lenta, muy lentamente. Y luego contemplar el universo como ser insignificante que soy. Y que esa imagen se quede prendida en mi retina, nunca más ver dolor. Solo esa majestuosa belleza que el hombre no ha sido capaz de destruir aún, esos reflejos de hace millones de años de algo que puede que ya no exista. Quiero ser náufraga en ese mundo en el que el tiempo no existe, en el que la muerte no es más que una bonita explosión. Quiero perderme en las estrellas, y que la Luna guarde mi secreto. Quiero decirle al mundo: me cansé, me voy. No os molestéis en buscarme porque estaré a millones de años. Como ahora, pero también físicamente. Y allá
perdida en el universo sentirme completamente viva. Y que nadie pueda encontrarme. Beber de esa belleza, de esa inmensidad que me aturdiría. Olvidar todo cuanto sé de la Tierra y su horror. Cambiarlo por ese paisaje en el que todo parece funcionar, coexistir. Contemplar las nebulosas hasta ser capaz de cerrar los ojos y formar parte de ellas. Explorar las galaxias que todavía desconocemos, perderme, ser feliz en ese aparente infinito atemporal en el que no hay preocupaciones ni dolor. Observar las estrellas cada día. Desearlo tanto que, al final, pueda ser una de ellas. Más despacio. Eso es- Ahora ya soy una estrella, tendrás que esperar millones de años para verme. ¿O prefieres ascender conmigo a este infinito?

Polvo de estrella

Se cansó de la pena, del dolor, de lo humano, y de la vida, y fue por eso por lo que se aferró a la ventana. Cada tarde, al pasar por delante de su casa, descubro su mirada perdida dirigida a un horizonte infinito. Y me invento su historia. Tiene que haber vivido mucho para abandonar lo terrenal y encaramarse a lo etéreo de lo místico. Siempre que la veo, mira el cielo. La imagino por la mañana, casi de madrugada, esperando ver ese amanecer; el cielo se tiñe por un instante de rojo y una bola de fuego aparece en su vida. Lo único cálido, lo único que puede asemejarse a su pasión probablemente ya enterrada y putrefacta. Y cuando sale el sol, cómo se ilumina todo, amanecen las calles y reina ese silencio que no tardará en ser destrozado por la actividad del día. Pero en ese momento, en el que el sol naranja es dueño del cielo y no existe nada más, hay color en su vida, ya es algo más que su mirada vacía, es un amanecer común a lo largo de todos sus años; cambian las personas, cambian las casas, los sentimientos, las calles, cambia la ciudad, cambian las costumbres, pero el amanecer es siempre el mismo. Me la imagino más tarde con su bata levantándose de la mecedora y yendo a por un café. Y su regreso a


un cielo que aún conserva el rosa del amanecer. No como ella. No se arregla, para qué, lo único que hace es intentar comprender el mundo a través de una ventana. Y no la culpo, su vida estará llena de golpes, su cuerpo, de cicatrices. Más tarde, después de todo el ajetreo y los coches yendo a trabajar, el cielo se vuelve de azul límpido, tan puro que parece imposible que exista. Y una mano dibuja unas nubes sobre una línea que hace que parezca que el cielo es eterno, pero es todo una ilusión, el cielo se acaba, y también la tierra. Todo tiene un final, pero nos empeñamos en creer en las ilusiones, por eso yo vivo cada día, por eso ella ha decidido dejar de soñar, y ver el mundo desde otra perspectiva. Cuando anochece, y el mundo se retira a su casa, sólo queda el silencio, y, si no está muy contaminado, un cielo que va oscureciéndose y que se tiñe de un azul profundo, lo que merecen los reflejos de estrellas que ya no existen. También nosotros nos teñimos. Al fin y al cabo, no somos tan distintos al cielo, a ese cielo cuando es rojo, cuando es azul y te hace creerlo infinito, y cuando es profundo y brillan sobre él cientos de estrellas. La verdad es que estamos hechos de polvo de estrella. Todos somos trozos de cielo, ella lo ha descubierto, y ha decidido pasarse lo que le queda de vida admirando el cielo desde su ventana, pero no es el cielo lo que mira, sino la película, la historia, de su vida.

domingo, 8 de mayo de 2011

Mi historia

Y fue entonces cuando te acercaste a mi historia. Profunda, lentamente. Me miraste y supe que la habías visto. No sabía cómo, pero eso ya no importaba. El caso es que supiste verme, mirar a través de lo que parezco, de lo que creo que soy y llegar hasta mí. Y viste mi historia, viste mis deseos y mis miedos. Me viste. Y eso me asustó. Nunca nadie se había acercado tanto, a nadie le había interesado lo que era.
Y tú, así, sin más, te habías acercado y me habías arrebatado lo que mejor guardaba. Y yo estaba así, desnuda, esperando a que melo devolvieras. Pero no quería tu juicio, no quería miradas de compasión, empatía u odio. Solo quería recuperarme. Porque tú, al leer mi historia, la habías hecho tuya, y yo no sabía si alegrarme o salir corriendo. Pero me la devolviste y sonreíste. No hablaste, no ensuciaste con palabras toda esa historia llena de hechos. Hiciste bien. Me dejaste igual que estaba, solo que ahora eras partícipe de un secreto: yo.

viernes, 6 de mayo de 2011

El lado oculto de la Luna

Aquí los payasos lloran, los niños mienten y el sol trae oscuridad. En este lugar la gente se mata por motivos terrenales, casi absurdos. El día a día es el dolor, la
muerte, la infelicidad. Aquí a los sueños se les obligó a perecer hace tiempo. Hay una gran ausencia, un cruel vacío y un alma corrompida. En este lugar no hay dioses que valgan, y si los hay son culpables de este horrible caos, de esta infinita
pesadilla. Hay hambre, hay hipocresía, y gente que quiere que pienses como ella, Hay esclavitud y hay poder. La locura es una huida común, y la tristeza ya es inseparable del alma. La gente de este lugar siempre está sola, aún entre muchas personas.
Aquí se ve el lado oculto de la luna.

martes, 29 de marzo de 2011

Tu canción

Fue entonces, cuando entonaste esa canción, cuando supe quién era, dónde debía estar. Fue entonces cuando vi el mundo desde la perspectiva de un Dios. Cerré los ojos y pude ver el horror del mundo. Vi su muerte, y vi su soledad. Ésta me atrapó el alma, la envolvió con un abrazo del que no supo escapar. Me apretaba. Dolía. La sensación de vacío es tan dolorosa…Vi el rostro de la muerte, pero escapé. Tú me hiciste verlo y fuiste tú quien me ayudó a no dejarme llevar por el miedo. Pero no es miedo. Es temor. Cuando ves los ojos de la muerte deseas morir para no tener que seguir enfrentándote a ellos. Cuando tus notas me elevaron hacia esa muerte,
cuando mi corazón aún luchaba contra esa soledad, desee dejar de existir. Nunca se olvida el rostro de la muerte, impasible. Frío. Pero tu misma canción me separó de ella hasta aún no sé cuánto tiempo. Me salvaste. Tus notas me llevan ahora a la tristeza. Un sentimiento tan antiguo como el mundo. Observé las lágrimas de las personas y lloré su dolor, su desesperación. La tristeza se juntó con la soledad y mis piernas temblaron, débiles. Aún sentía la vigilante mirada de mi verdugo. Pero ahora tu música cambia. Ya no es desesperada, sino tranquila. Pude ver la belleza del mundo a través de mis ojos empañados de soledad y muerte. Después vino la alegría y el amor. Reí con la risa de millones de personas y amé a gente que nunca conoceré. Pero fue demasiado efímero. Experimenté la alegría sí, pero para entonces mi alma ya estaba nublada por la muerte. No pude escapar.

lunes, 14 de marzo de 2011

Entonces te miré y supe que ibas a matarme. Que no tendría una muerte digna, unas últimas palabras, un adiós. Supe que desebas matarme, que disfrutarías haciéndolo y que no habría un futuro arrepentimiento. Supe también que no me defendería y sentí pena por ti. Difícil de comprender, me ibas a matar y yo te tenía lástima. Pero no pude evitarlo. No lo hice incluso cuando vi tus intenciones, tu mirada, tu mano con el arma. Seguía sintiendo lástima cuando clavaste lenta, dolorosamente tu cuchillo en mi cuerpo. Pero no hubo dolor, solo tristeza. Ganaste una vez más la batalla.
Esta vez la paloma no se equivocó, tú la asesinaste.

jueves, 24 de febrero de 2011

Monstruo

Eres un monstruo. No intentes negarlo o disimularlo con hipócritas miradas de bondad. Lo sé. Ayer te vi matando y sonriendo. Sonreías con la energía de la vida que has arrebatado, por tu boca chorreaba la sangre que ya nunca más volverá a ser algo. Pero no te arrepentiste. No te arrepentiste incluso después de ver su profundo dolor, o precisamente por eso. Y esa misma noche dormiste sin pesadillas, sin pensar que por tu culpa habría una persona más sin sueños. Pero no pensaste en él, ¿verdad? Ni en todas las vidas que arrebatas por crueldad. No eres más que un monstruo con complejo de inferioridad. Y cada día te relames en tu trono de oro mientras tu gente, personas incluso de tu misma sangre, mueren de hambre. También eres tú quien les mata. Pero tampoco te dan pena ¿me equivoco?
No piensas en el sufrimiento, en la agonía, porque nunca la has padecido, es más, eres el que ha hecho que otros la padezcan. Eso te encanta ¿no es cierto? Al principio, su sorpresa, su mirada de súplica, el cómo se arrodillan pidiendo piedad, las lágrimas desbordadas de sus implorantes ojos, el cómo se aferran a la vida. Y, cuando tú les niegas ese privilegio de vivir la decepción, la desesperación, la agonía, el dolor. Gritan creyendo que podrán salir de esta, y tú mientras sonríes jugando a ser Dios, disfrutas con el sufrimiento de aquellos a los que vedaste de un nuevo amanecer. Te encanta sentirte poderoso sobre el cuerpo muerto. No sabes que ya no hay nada bueno en ti, que nadie te quiere, nadie te admira, todos te odian y que no podrás suplir tu infelicidad con esas muertes, aunque lo parezca. Estás condenado, o tú mismo te condenaste. Ya no eres más que mierda. Cruel, egoísta, pero mierda al fin y al cabo. Y en el fondo lo sabes. Ahora solo falta alguien que sea capaz de eliminar a monstruos como tú que se esconden bajo las camas de gente como yo.

El niño y la Luna

Sentía pena por la luna. Tan sola, suspendida en el infinito…La compadecía. Él tenía compañía, tenía casa. No conocía nada más. Trabajaba de sol a sol pese a ser un niño. Pero nunca se compadecía porque pensaba en la luna, tímida,
insignificante comparada con el sol. Y sus dolores menores. Después de trabajar
entraba a su casa. Su padre, borracho, le recibía con una paliza haciéndole pagar por su mal día. Pero no lloraba el niño desgraciado, pues su pena no era comparable con la de la Luna. Cada noche la buscaba en su ventana, y le hablaba para sacarla de su soledad. A veces la Luna se ponía tan triste que desaparecía. Entonces el niño lloraba de pena por la Luna, tan pequeña. Al cabo de los años el pequeño desgraciado se hizo el mejor amigo de la Luna, y todas las noches se contaban sus desventuras, sus ausencias. Una noche se escapó el niño para jugar con su amiga. La vio en el agua y estiró la mano para rozar a su desgraciada amiga. Perdió el equilibrio y cayó. No le habían enseñado a nadar. Y así, el pequeño solitario permaneció siempre junto a su amiga suspendido de lo infinito.

sábado, 22 de enero de 2011

Auténtico

Se rompió el espejo
huyó la sombra
asesinaron a Dios
y cambiaron las tornas.

Inició su camino
sordo de silencio
abandonó al destino
Cayó la máscara.

Acompañado de soledad
y sabiendo intangibles sus sueños
fue en busca de la verdad
inexistente del universo.

Se sentó a esperar
ebrio de ausencia, de soledad
a una visitante que decían
no llamaba al entrar.

De una belleza sobrenatural
y de una vitalidad sospechosa
entró la verdad a su casa.
Entró sin llamar; presuntuosa.

Él sonrió, seguro
de haber dado con la llave
que buscaba. Ella sonrió, compadeciente
dejándole disfrutar de aquella ilusión breve.

Cuando comprendió la observó, admirado:
había dado con la clave. Sonrió.
Ella se dirigió hacia él, y sus vivaces y bellos ojos clavó.
Él no tuvo miedo, se dejó llevar...

Y así se terminó el camino, la ausencia, la soledad.