jueves, 24 de febrero de 2011

El niño y la Luna

Sentía pena por la luna. Tan sola, suspendida en el infinito…La compadecía. Él tenía compañía, tenía casa. No conocía nada más. Trabajaba de sol a sol pese a ser un niño. Pero nunca se compadecía porque pensaba en la luna, tímida,
insignificante comparada con el sol. Y sus dolores menores. Después de trabajar
entraba a su casa. Su padre, borracho, le recibía con una paliza haciéndole pagar por su mal día. Pero no lloraba el niño desgraciado, pues su pena no era comparable con la de la Luna. Cada noche la buscaba en su ventana, y le hablaba para sacarla de su soledad. A veces la Luna se ponía tan triste que desaparecía. Entonces el niño lloraba de pena por la Luna, tan pequeña. Al cabo de los años el pequeño desgraciado se hizo el mejor amigo de la Luna, y todas las noches se contaban sus desventuras, sus ausencias. Una noche se escapó el niño para jugar con su amiga. La vio en el agua y estiró la mano para rozar a su desgraciada amiga. Perdió el equilibrio y cayó. No le habían enseñado a nadar. Y así, el pequeño solitario permaneció siempre junto a su amiga suspendido de lo infinito.

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