viernes, 14 de noviembre de 2014

Tu voz temblorosa por teléfono me asustó: tenía que encontrarte. Hablabas en susurros, como perseguida por una certeza ineludible: “me voy a perder, me voy a perder, me voy a perder…” Sin embargo, sabía que estarías en casa. Quizá habías bebido demasiado la noche anterior.
Llegué corriendo y pese a mis gritos, no me oías, así que cogí la llave que siempre dejas bajo el felpudo y abrí la puerta. Olía fuertemente a pintura pero todas las ventanas estaban bajadas. Te llamé, pero no respondías.  Parecía que las paredes estaban a medio pintar como si tú, en un momento de ebria lucidez hubieras intentado pintarlas con violentos y blancos brochazos. Pero no habían conseguido cubrir completamente los antiguos colores. Una de 
las paredes no tenía ningún trazo blanco, como si en algún momento de tu determinación te hubieses rendido.  Sobre las estanterías sólo vi objetos nuevos, nada que reflejase que ésa era tu casa, que la que vivía allí eras tú.  ¿Qué habría pasado aquella noche? ¿Dónde estaba aquella figura desgastada que tanto te gustaba? ¿Había sido sustituida por esa masa metálica? ¿Y tus pinceles? ¿Y tus discos? En el salón sólo encontré un maletín y un reloj. Tampoco estabas en el baño. Me sorprendió ver que tenías el espejo completamente tapado. Ya sólo quedaba tu habitación, al fondo. Al encender la luz vi que, al igual que el resto de la casa, había cambiado. El escritorio estaba impecable, sobre él descansaban unos papeles ordenados y sobre las estanterías sólo había polvo. Todo estaría demasiado ordenado si no fuera por aquel montón de sábanas en la esquina. Por un momento, pensé que se movía. Me acerqué y pude escuchar algo: “se ha roto…” Supe que estabas ahí debajo y comencé a quitar capas: sábanas blancas, americanas negras, ropa de colores, pañuelos… y, por fin, tú. Estabas temblando, con la cara sucia, completamente desnuda y con la vieja brújula que te regaló tu abuelo en tus manos. Me miraste como un niño que no entiende cómo se ha podido escapar el globo de entre sus dedos y me dices: “se ha roto…” Te llevo al baño y, cuando voy a destapar el espejo me miras como un animalito asustado. Comienzas a temblar: “No… Tengo miedo…No estoy vestida, ni peinada, ni maquillada aún…aún soy yo.” Cuando lo destapo, atónita, me quedo contemplando el reflejo. Alargas una mano hacia él y, confusa, me tocas.

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