Tu voz temblorosa por teléfono me
asustó: tenía que encontrarte. Hablabas en susurros, como perseguida por una
certeza ineludible: “me voy a perder, me voy a perder, me voy a perder…” Sin
embargo, sabía que estarías en casa. Quizá habías bebido demasiado la noche
anterior.
Llegué corriendo y pese a mis gritos, no me oías, así que
cogí la llave que siempre dejas bajo el felpudo y abrí la puerta. Olía
fuertemente a pintura pero todas las ventanas estaban bajadas. Te llamé, pero
no respondías. Parecía que las paredes
estaban a medio pintar como si tú, en un momento de ebria lucidez hubieras
intentado pintarlas con violentos y blancos brochazos. Pero no habían
conseguido cubrir completamente los antiguos colores. Una de
las paredes no
tenía ningún trazo blanco, como si en algún momento de tu determinación te
hubieses rendido. Sobre las estanterías
sólo vi objetos nuevos, nada que reflejase que ésa era tu casa, que la que
vivía allí eras tú. ¿Qué habría pasado
aquella noche? ¿Dónde estaba aquella figura desgastada que tanto te gustaba?
¿Había sido sustituida por esa masa metálica? ¿Y tus pinceles? ¿Y tus discos?
En el salón sólo encontré un maletín y un reloj. Tampoco estabas en el baño. Me
sorprendió ver que tenías el espejo completamente tapado. Ya sólo quedaba tu
habitación, al fondo. Al encender la luz vi que, al igual que el resto de la
casa, había cambiado. El escritorio estaba impecable, sobre él descansaban unos
papeles ordenados y sobre las estanterías sólo había polvo. Todo estaría
demasiado ordenado si no fuera por aquel montón de sábanas en la esquina. Por
un momento, pensé que se movía. Me acerqué y pude escuchar algo: “se ha roto…” Supe
que estabas ahí debajo y comencé a quitar capas: sábanas blancas, americanas
negras, ropa de colores, pañuelos… y, por fin, tú. Estabas temblando, con la
cara sucia, completamente desnuda y con la vieja brújula que te regaló tu
abuelo en tus manos. Me miraste como un niño que no entiende cómo se ha podido
escapar el globo de entre sus dedos y me dices: “se ha roto…” Te llevo al baño
y, cuando voy a destapar el espejo me miras como un animalito asustado.
Comienzas a temblar: “No… Tengo miedo…No estoy vestida, ni peinada, ni
maquillada aún…aún soy yo.” Cuando lo destapo, atónita, me quedo contemplando
el reflejo. Alargas una mano hacia él y, confusa, me tocas.
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