viernes, 19 de agosto de 2011

Dioses

Ella creía en la tierra. Era ella quien le proporcionaba alimento, lugares calientes donde dormir, protección, compañía. Siempre, cuando se dormía en su cueva y escuchaba los aullidos de los lobos daba las gracias a aquella madre tierra que la protegía y acunaba, que le había dado la vida.
Él creía en el poder del agua. Había nacido junto a una cascada y esa imagen lo acompañaba desde niño. Era por el agua por la que podían saciar su sed, era ella quien hacia que las plantas pudieran crecer, que los animales se alimentaran de las plantas y él de los animales. El agua era pureza. Su sueño estaba siempre acompañado por ese constante caer de agua y, cuando llovía, daba gracias al agua por protegerle, por purificarle.
Él creía en el Sol. Era él quien le recibía cada mañana, quien le proporcionaba calor y luz. Cuando él desaparecía su tierra se volvía peligrosa e inhóspita. Gracias al sol crecían las plantas que le servían de alimento y gracias al sol podía contemplar la belleza del mundo, resguardarse del frío. Siempre, cuando tumbado en la hierba cerraba los ojos y se dejaba abandonar por su calor y luz, sonreía y daba gracias a aquél astro por y para el cual vivía.
Un día, los tres se encontraron. Ella andaba descalza por la tierra, aquél se estaba bañando en el agua y él estaba sobre una piedra, tomando el sol.
Se pusieron a hablar y pasaron tres días y tres noches contándose sus sueños, sus temores y sus pasiones. Congeniaron. Pero, al cuarto día, la burbuja estalló.
Ella sacó el tema de que era a la tierra a la que debían todo, y los otros dos discreparon. Empezaron hablando, pasaron a los gritos y luego comenzó la pelea.
Cada uno quería demostrar el poder de su dios.
Pasaron días luchando, por la noche había tregua. Ella consiguió hacer caer al creyente del agua en su trampa. Le enterró vivo para demostrar el poder de la tierra. El que creía en el Sol la dejó atada a unos árboles deshidratándose, para que contemplase el poder del Sol. Y éste, finalmente tras contemplar a aquella que había osado contradecir su fe cayó en un descuido al agua donde murió ahogado.

Y así, mudos testigos, sus dioses no les salvaron.

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