jueves, 9 de septiembre de 2010

Tortura

Sale desorientado, mira a su alrededor. Los aplausos y gritos le confunden aún más. De repente ve algo rojo. Un hombre se acerca invitándole a pasar. Primera banderilla. Empieza a sangrar. Pero el espectáculo acaba de comenzar. Los cómplices aplaunden más a medida que su incomprensión aumenta. ¿Dónde estaba su pradera? A cada banderillazo su dolor se hacía más agudo y subía la intensidad de los vítores. Él, loco de dolor, comenzó a correr por la pista. Aquella cosa roja volvió a llamar su atención. La sangre manaba de su cuerpo como un torrente. Casi no podía andar. Era una tortura. La gente seguía gritando mientras él intentaba mantenerse en pie a duras penas. El rojo cubría su cuerpo maltratado. Las agujas que le había introducido se clavaban más a cada paso, aumentando su instintiva furia. Cuando, tras otra estocada se desplomó en el suelo mugiendo de dolor, el hombre se le acercó y le clavó aquella espada que habría de acabar con su vida. Henchido de orgullo, el asesino levantó su montera ante el público, que le vitoreaba con pura admiración. Mientras, a su lado, el cadáver del toro seguía aún caliente.

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